Puesta de sol con bolsa de plástico, miedo Julià Guillamon

2023-02-16 15:37:08 By : Mr. bellen hou

me dijeron que las baterías del Turó de la Rovira están siempre a reventar, va tanta gente que están pensando en prohibir el acceso. Salen en no sé qué guías turísticas y se han convertido en un lugar de peregrinaje para los visitantes de Barcelona, sobretodo los jóvenes. Encuentro mucha más gente de la que esperaba. A pesar de que es la hora de la digestión: las tres y media. Hay muchas parejas sentadas sobre las plataformas que albergaron los cañones y en los caminitos entre las distintas construcciones, en una sorprendente actitud de embeleso. Des de lo alto, ya me perdonarán, Barcelona se ve monstruosa. Según enfilas la retícula del Eixample, sigues el trazo de una línea recta hasta el centro monumental. Pero el damero de Cerdà está tan tupido, en torno a él hay tal cantidad de cemento, cristal y ladrillo, que cuesta decir que queda bonito. Las manchas verdes son tan pocas, y están rodeadas por unas placas de un gris tan persistente, que dirías que es una ciudad sin árboles. Para rematar la cosa, una nube de contaminación anticiclónica ensucia la postal de la capital vencedora de la carrera turística con brochazos de un color difuminado, de agua con medicamento. Las baterías del Turó de la Rovira las colocaron en el Turó de la Rovira porque es un lugar alto, en medio de la ciudad, con una vista de 360º. Estas condiciones geográficas excepcionales, que sirvieron para disuadir a los aviones que venían a bombardearnos, sirven ahora para el torpedeo turístico.

Estamos un rato por allí viendo como va llegando gente. Una escuadrilla de palomas gira entorno a la antena. Cansadas del vuelo raso, las palomas se escalonan sobre un pedrusco. Un hombre, con una nevera sencillísima, vende bebidas. Muchos se sacan selfies. Otros contemplan, hipnotizados, la propiedad urbana. Los que recién llegados acarrean bolsas de plástico delgadas, que transparentan un poco y muestran el dibujo de botellas y latas. Vienen a ver la puesta de sol. Un tipo, con un ordenador portátil, pone música y la escucha junto a un amigo, mirando hacia Horta.

¡La puesta de sol! Recuerdo que, cuando empezaba a escribir, nos divertía la historia de Santiago Rusiñol, que contemplaba las puestas de sol de Sitges y cuando el sol desaparecía del todo aplaudía como si estuviera en un palco del Liceu. En el Turó de la Rovira asistimos a una versión contemporánea. Solo falta que prohíban entrar bebidas, que vendan cervezas en vaso de plástico a diez euros, que te pongan una pulserita o un tampón y ya tendríamos el Primavera Sound. Una amiga explica que hace unos días en las Tres Cruces del Parc Güell servían mojitos. El sol declina con una luz zarrapastrosa por el lado de El Prat. Por el caminito sigue subiendo gente con bolsas. Cuando llegamos a la calle de Mülhberg encontramos a unos rezagados. Saltan de un taxi, con la bolsa de asas, blanca y fina, que transparenta tres latas amarillas y frías de tónica Schweppes.

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